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lunes, 1 de agosto de 2011

Narices

Subí al metro, estaba atestado. Una señora de grandes lentes oscuros que dejaban ver su prominente nariz. ¡Qué nariz! Ancha, gruesa y de inmediato imagine su vida familiar: una mujer sola que de vez en cuando iba a visitar a su madre con quien peleaba desde que se saludaban hasta que, a gritos, se despedían con la promesa de no verse mas, como habían hecho desde la adolescencia de la mujer, cuando partió de su casa tras un amor que duró lo que un suspiro. Un hombre de nariz aguileña me empujó mientras intentaba meterse en el carro atiborrado de gente. Era una nariz pequeña, curva, egoísta, ahorrativa, de un hombre negociante, con grandes dificultades con su familia. Por el altavoz anunciaron "Próxima estación Plaza de Armas". Salí disparado mientras un ciento de narices iban tras mío. Una nariz vestida con el traje de guardia indicaba que una persona se había accidentado y recomendaba circular con cuidado. Llegue a la oficina,  la nariz - Jefe goteaba. El resfrió que ayer era apenas un pañuelo - nariz, ahora estaba convertida en un desagradable grifo. La nariz - secretaria pasó por mi lado, respingada, autosuficiente, hermosa, levantada a las alturas como si yo no existiera. Cerró la puerta del jefe. Ni quiero pensar lo que podrían hacer encerradas una nariz tan distinguida como esa con una destilación tan desagradable como la de aquel.
   De nariz en nariz fui aquel día, narices de todo tipo: feas rayando en la horripilancia, bellas como si fueran de diosas griegas. Comunes, repetidas hasta el cansancio, esforzadas, poderosas, quebradas de boxeador desprevenido.
   Antes de terminar el día pase al café de siempre donde las narices de los clientes se pierden botando el humo de los cigarrillos a través de las narinas a veces anchas como cavernas y otras estrechas por donde uno puede pensar que ni el aire mas sutil pasa. Es un café pequeño que tiene unos cristales de cielo a piso para multiplicar el espacio. En eso estaba, observando, cuando me encontré con una nariz muy particular, bastante ancha, recta, casi sobresaliente mirada de perfil. Era una nariz, como definirla, normal dentro de todo  y me causaba una sensación de cercanía. Casi me turbo. Era una familiaridad tan grande  que me conmocionó. Una nariz como esa, con sus debilidades y anhelos, con sus cariños y desamores. Sea lo que sea, pensé, es una nariz que se merece tenerla. Así estaba, confundido y emocionado cuando levanté  la vista y vi mis propios ojos, mis mejillas al fláccidas, el rostro...
   Nunca más he fijado la vista en partes de personas. Ahora, si observo las manos de alguien de inmediato levanto la vista, si miro su pelo, bajo la mirada hasta tener la percepción entera de quien está delante mío, y me obligo a imaginar que son una unidad, pelos, brazos, piernas, aunque tantas veces he comprobado que la gente se trata como si estuvieran constituidos de partes dispersas cuando dicen una cosa, sienten otra y terminan haciendo una distinta.

2 comentarios:

Gabriel Bunster dijo...

Notable; un paseo por algo así como la misma ruta que suelo hacer al IPS, pero en otra, viendo solo narices y atribuyéndole a sus rasgos y características todas las de la persona. Mañana iré viendo zapatos, orejas quizás, veremos; se me abre todo un mundo.
Buena Juan y bienvenido a este espacio virtual.

Fernando Betteley dijo...

Interesante no me había detenido en esto, me recuerda mi niñez cuando mi madre me decía que no me preocupara por mi nariz, que sin duda era proporcional a mi cabeza, creerás que en nada me tranquilizaba, más bien reafirmaba mi percepción, mi madre nunca supo que me decían “cabezón”. En todo caso amigo me cuidaré de no Hurguetear más mi nariz cuando me reúna con usted, un abrazo.